https://doi.org/10.51356/rpp.402a1
¿Tu verdad? No. La verdad,
Y ven conmigo a buscarla
La tuya, ¡guárdatela!
Antonio Machado, Cantares
Carlos Barredo[1]
RESUMEN
Este trabajo reflexiona sobre las condiciones impuestas, por la pandemia y su cuarentena, sobre la práctica de los analistas y debates en curso acerca de la misma. Enfatiza el rescate necesario de la función –equívoca, poética- de la palabra en nuestra praxis. El autor comenta alternativas sobre los textos intercambiados por los analistas y sobre intercambios virtuales que tuvieron lugar en distintas jornadas organizadas en los últimos meses.
Palabras Clave: Dispositivo; Praxis psicoanalítica; Transferencia; Acting out; Lenguaje.
ABSTRACT
This work reflects on the conditions imposed by the pandemic and its quarantine on the practice of analysts and the ongoing debates about it. It emphasizes the necessary rescue of the function –equivocal, poetic- of the word in our praxis. The author discusses alternative readings of the texts exchanged by the analysts and also of the virtual exchanges that took place in various conferences organized in recent months.
Keywords: Therapeutic device; psychoanalytic praxis; transfer; acting-out; language.
A principios de este año, durante los meses de marzo o abril, cuando comenzó el período de confinamiento social por la pandemia, la Asociación Psicoanalítica Argentina organizó una publicación virtual con textos que recogían primeras impresiones y reflexiones sobre el nuevo escenario en que nos encontrábamos los analistas y las condiciones que eso imponía para el ejercicio de nuestra tarea. [2]
Un texto breve, con el que contribuí para esa publicación [3], recogía mis impresiones respecto a cómo me veía afectado por lo acontecido. Lo que entonces escribí, en especial en lo relativo a la orientación que intentaba dar a mi práctica, sigue siendo representativo de los pensamientos que me guían. Es por esto que en esta nueva ocasión, para revisitar esos temas, intento articular frases de ese escrito, con distintos intercambios en los que he participado desde entonces y que, a mi entender, despliegan y amplían los criterios allí consignados.
Parto de la siguiente afirmación: “La pandemia nos confronta con una situación inédita y de consecuencias tan imprevisibles como inciertas para nuestro futuro inmediato. Sobre afirmaciones de este tipo parece haber un consenso extendido”. Frases con las que intento describir narrativamente una sensación mucho mejor y más bellamente expresada en los conmovedores versos de Quasimodo que había elegido como epígrafe [4]. En ellos, el poeta nos habla de la experiencia de desamparo a la que nos vemos arrojados por nuestra condición de hablantes, de lo lábil y pasajero de nuestra existencia.
Continúo comentando dos aspectos afortunados de nuestra labor como analistas y una reflexión sobre el uso del lenguaje que surgió como efecto del aislamiento por el que estamos afectados.
La primera constatación grata, es que casi todos los analistas de los que tengo noticias han podido preservar su tarea por medio de la utilización de herramientas virtuales. Esto nos brinda una privilegiada tranquilidad respecto de nuestro medio de subsistencia, en comparación con varios ámbitos profesionales que no han podido gozar de esa posibilidad.
La emergencia abrupta, extendida e inesperada, de esta modalidad de trabajar, en el panorama de la tarea cotidiana de los analistas, no puede pensarse sin una incidencia decisiva sobre discusiones instaladas, hace ya un tiempo, en la comunidad analítica. En ellas se debatía, con intensidad creciente, acerca de similitudes y diferencias, ventajas y desventajas de este tipo de tratamientos a distancia. Como suele ser habitual en este tipo de controversias, los bandos se repartían entre los entusiastas promotores, cuando no propagandistas, de las nuevas formas de abordaje y los no menos enérgicos defensores de las condiciones presenciales, imprescindibles a su entender, para poder llevar adelante una cura concebida como analítica.
Todas estas discrepancias se resaltaban e incrementaban cuando eran referidas a los análisis de formación que deberían ser reconocidos como tales por las Sociedades componentes de IPA.
En el paisaje que daba lugar a estos intercambios, la irrupción de las condiciones actuales funcionó a la manera de un viento huracanado que pone a prueba la consistencia de los cimientos conceptuales que sostienen nuestro quehacer. La aceleración así impuesta, al debate en curso, plantea como difícilmente posible (entiendo que tampoco deseable) imaginar una vuelta a las condiciones del “statu quo ante”, del huracán. El retorno a las condiciones presenciales en nuestra praxis debería necesariamente incluir una reflexión sobre las nociones que hacen al fundamento de nuestra disciplina y las relaciones que mantenemos con ellas. Lo contrario sería dejar pasar la oportunidad de hacer experiencia de lo vivido. Necedad de la que históricamente hemos dado muestras de no estar exentos y que podríamos reproducir en un escenario de regreso a lo anterior, con la convicción de estar ya vacunados contra cualquier amenaza de cambio, aferrados a la omnipotencia de creencias dogmáticas, a prueba de cualquier devenir temporal.
Un “beneficio” colateral constatable (contrapunto con la noción de “daño”), es la mayor cercanía, alfabetización y familiaridad con los medios tecnológicos, impuesta por las circunstancias, para muchos de nosotros ahora incluidos en la categoría de “población de riesgo” (¿de fosilizarnos?). Beneficio que debería contribuir a calmar la inquietud existente por el “agement” en nuestra comunidad analítica cercana.
La segunda buena nueva es la comprobación, con satisfacción y sorpresa en ocasiones, de que el dispositivo inventado por Freud y formalizado luego por Lacan como “discurso analítico” funciona, y como praxis produce efectos, aun en condiciones aparentemente muy alejadas del contexto en que fue ideado.
Es indudable que la presencia de los cuerpos de analista y analizante en un espacio compartido delimitado (“two bodys in the same room”) acarrea consecuencias más allá de lo perceptible, que inciden sobre la posibilidad del intercambio analítico, condicionándolo. Es claro, además, que los efectos de esa presencia deberán “entrar en la conversación”, para poder ser abordados, en la instalación y despliegue de la transferencia, necesarios para dirigir una cura. Teniendo siempre presente, claro está (¿está?), que se trata, en nuestra praxis, del cuerpo de un sujeto hablante (al que Lacan bautizara con el neologismo “parlêtre”), afectado por la palabra en el campo del lenguaje, y que nuestra responsabilidad es siempre impedir que se lo reduzca a un cuerpo-organismo biológico. Esto hace imprescindible que se interroguen significantes como “cuerpo real” o “presencia real”, en toda la complejidad de sus resonancias. Entre otras aquella donde Lacan articula la “presencia real” con el fenómeno de la eucaristía (en el Seminario VIII), como para no quedar prendados en los sentidos comunes de esos significantes que creemos comprender como evidentes.
En las condiciones actuales, la privación de esa presencia se acompaña de una cantidad de fenómenos observables que los analistas no dejan de destacar: las distintas modalidades con que los analizantes se muestran en el marco de sus pantallas y dan a ver el contexto en que se exhiben, las inquietudes que surgen sobre ser invadidos de maneras intrusivas en espacios hasta entonces fuera del alcance de la percepción del analista. Algo similar acontece respecto a la escena inusual en que el analista se ve llevado a tener que aparecer, su vivienda, su atuendo, etc.
No se trata de negar estas diferencias evidentes, ni de afirmar que todo transcurre en el análisis como si nada de esto afectara su funcionamiento, sino de constatar que, aun en condiciones tan distintas, el psicoanálisis está preservado y funciona: eso que se presenta como un dispositivo reglado de intercambio hablado, en que alguien dice de sí lo que no sabe, dirigiéndolo a un lugar, en la transferencia así instaurada, desde donde se le puede responder. Cuando esa respuesta toma la forma de una interpretación, cobra un efecto de sorpresa para analizante y analista. Sorpresa a la que el único sujeto en análisis, el analizante, responde con la producción de nuevas asociaciones. Intercambio asimétrico por estructura, por medio del cual el sujeto va modificando su distancia con el inconciente que lo determina. Distancia no con el “socius”, sino con el “prójimo”, ese que siendo más íntimo es, a la vez, más extrañamente ajeno.
En esa línea, acuerdo con Miguel Bassols quien sostiene que si bien la infección virósica es un fenómeno biológico, la pandemia es un acontecer de orden político, un hecho de discurso, a escala mundial, que instala significantes amo que el discurso analítico debería cuestionar, interrogar, como por ejemplo: “distancia social”. Significante que, en nombre del bien de todos, promueve decisiones tendientes a imponer una biopolítica de goce de los cuerpos.[5]
Que el dispositivo analítico se instale y funcione, no es algo que dependa solo, ni siquiera principalmente, de condiciones exteriores al mismo, sino fundamentalmente de que el analista ocupe el lugar que el dispositivo le adjudica en la transferencia. De allí nuestra responsabilidad. Por eso creo que no se trata de sujetarnos a la pureza de preceptos técnicos ni de fascinarnos por la novedad de modificaciones impuestas por las circunstancias. Eric Laurent, parafraseando a Lacan, afirma algo así como que tenemos que saber servirnos de skype para poder prescindir de él. [6]
Así, la pandemia que enfrentamos los analistas en nuestra praxis es la que Serge André, quien falleciera en 2003, situó como: “la pavorosa prisión del lenguaje unificado y el fantasma estandarizado, en que nos encierra la dictadura del discurso común” [7] (y esa es la peor de las cuarentenas que cotidianamente confinan tanto nuestros desplazamientos como nuestros modos de pensar). A este intento de sumisión religiosa del sentido común, Lacan respondió con su propuesta de “herejía”, en la que resuena su tríptico RSI, en el equívoco de su pronunciación en francés: “her-es-ie”.
A esta propuesta pandémica permanente de significantes amo, el discurso del análisis ha de responder con cuestionamientos que hagan vacilar el sentido ordenado, promoviendo un giro que, histerificando el discurso, facilite la entrada en análisis. Es esta vía la que determina que el goce del síntoma “entre en la conversación”.
Creo que la alegría por la satisfacción de constatar que el psicoanálisis funciona, aun en el contexto impuesto tanto por la época como por su pandemia, es algo compartido por muchos colegas y me atrevería a conjeturar que Freud lo sentiría de un modo similar. Pienso que lejos de anatemizar lo acontecido como una desviación de la especificidad de su creación, como le sucediera con Adler o Jung, leería el fenómeno como una confirmación más de la solidez y consistencia de su invención.
Por último me referiré a una experiencia de los inicios de este confinamiento, en los primeros días de abril. Se inició entonces entre muchos colegas una cadena denominada de “intercambio poético” en que se nos proponía enviar un texto, poema o verso que “nos haya afectado en tiempos difíciles”, sin pensarlo demasiado, a un nombre propuesto en una lista inicial, aunque no se conociera al destinatario. De esta manera se lanzaba un intercambio donde luego de enviar el texto solicitado, se recibían una serie de respuestas similares provenientes de los participantes en el juego propuesto.
El ejercicio, colectivo, creativo y estimulante, tal como fuese ideado por sus creadores, provocó en mí, resonancias múltiples. Quiero destacar una que más allá del goce de la lectura suscitado por textos bellos en general, me sumergió en una serie de reflexiones sobre la experiencia del lenguaje, en los analistas en particular. Se desató en principio con la recepción de un texto atribuido a Borges, hermosamente escrito claro está, que no obstante me suscitaba una inquietud no muy precisable que fue aclarándose de a poco: había algo en el texto que hacía dudar que proviniese de la pluma de nuestro poeta mayor. Sobre todo era difícil reconocer el espíritu borgeano en la letra esperanzada y optimista del contenido propuesto por el texto a modo de enseñanza de vida, y alejado de la profunda ironía y el humor ácido que suelen ser el sello de autenticidad de las obras de Borges.
Así me vi llevado a pensar que la mención de “tiempos difíciles”, formulada en la propuesta y que seguramente aludía a lo que el confinamiento nos provocaba: incertidumbre sobre nuestro futuro, inquietantes elucubraciones sobre aquello a lo que nos confrontaría el tiempo que nos queda por delante, etc., podría haber influido en la elección de estos textos, esperanzados y tranquilizadores, por la sabiduría que intentaban instilar en un marco de consideraciones con tintes francamente espirituales sino religiosos.
Luego me pasó algo similar con un texto que me llegó como de Pablo Neruda: “Queda prohibido”. Me ayudó entonces lo sucedido antes con el texto de Borges, ya que mi familiaridad con la poesía de Neruda es bastante más escasa. Me parecía extraño que un poeta se viese llevado a producir ese tipo de textos. Fue entonces que apelando, como en el caso anterior, al saber de nuestra época: Google, encontré la misma clase de respuesta. En ambos casos se trataba de textos que circularon como atribuidos a los poetas mencionados, pero originados en otros autores. Efectivamente, el texto atribuido a Borges provendría de la escritora norteamericana Nadine Stair, que lo habría publicado en 1978 y el adjudicado a Neruda provendría de Alfredo Cuervo Barrero, joven escritor que al publicarlo no habría leído nunca a Neruda.
Recordé entonces lo que ya sabía: la experiencia del lenguaje en la palabra profética es esencialmente distinta a la del poeta. La palabra de un profeta intenta ejercer un poder performativo sobre el futuro, modelándolo en base a una palabra divina que busca generar creencia y convicción en un sentido único que, apuntando al bien de todos, funcione como orientación o guía de vida. El significante “profeta” debería ser atendido, además, en la resonancia del lunfardo porteño que hace eco a las ambiciones académico-pedagógicas de muchos psicoanalistas, por lo que ello podría incidir en su posición a la hora de conducir una cura.
Hace ya muchos años, en un trabajo sobre la interpretación [8], utilicé como epígrafe una frase de Santiago Kovadloff: “Un poeta no es un predicador. No dice cosas importantes. Remite a cosas importantes mediante lo que dice”. [9] Queda claro que la relación con el lenguaje aquí implicada, que debería regir la tarea interpretativa en la praxis psicoanalítica, es fundamentalmente diferente de la anteriormente mencionada, donde la prevalencia del sentido busca producir una fascinación hipnótica.
En su esquema o cuadrípodo de los discursos donde Lacan da cuenta de las distintas relaciones con el lenguaje antes mencionadas, se preserva el lugar de vacío de sentido que impide a cada discurso cerrarse sobre sí, haciendo posible el giro de uno a otro que el discurso del analista debe preservar.
Coherente con esta enseñanza, Colette Soler postula su neologismo: “acteísmo” [10], (condensando acto y ateísmo), para indicarnos que es por la vía de un acto que apunte a lo real, y por tanto fuera del sentido, que ha de formularse una propuesta de final no religiosa para los análisis. La caída del sentido junto con la del saber del Otro que le haría de garante, es consecuencia de un efecto de estructura, y el ateísmo del sujeto no es una cuestión de creencia. No es una profesión de fe o su negación lo que está en juego.
Pienso que así se abre ante nosotros la puerta hacia una ética del deseo que no es la del bien de todos, no por cierto la de un ideal de salud mental dictado por un psicoanálisis médico y no laico (profano, ateo), puerta que de nosotros depende el mantenerla abierta en un intercambio presencial o virtual según la ocasión, para que cada analizante pueda verse confrontado con la alternativa de una elección posible pero no prescriptiva. En momentos en que las prescripciones están a la orden del día, la vía singular que el análisis propone se torna cada vez más necesaria.
Teniendo estos pensamientos como telón de fondo, me encontré participando en dos eventos donde se debatía sobre las diferencias en juego entre las formas presencial o virtual del ejercicio de nuestra práctica.
En el primero de ellos, un panel durante el simposio de la Asociación Psicoanalítica de Córdoba, los ponentes parecían acordar, en un comienzo, con que era posible obtener efectos analíticos con ambas modalidades de praxis, si bien reconocían las diferencias y particularidades propias de cada uno de los procedimientos. Hasta que en cierto momento del desarrollo del intercambio, surgió una interesante controversia entre los panelistas, que pudieron situar sus saludables discrepancias, sin que, como suele ser frecuente en estos eventos, pudiesen desplegar los fundamentos de sus argumentaciones, a raíz de las comprensibles limitaciones temporales.
La discrepancia se planteó cuando una de las panelistas sostuvo que, en su parecer, para ciertos momentos o tiempos de la cura en que era necesario que el analista ocupe el lugar de semblante de objeto “a”, en posición de agente del discurso del analista –según lo planteado por Lacan-, resultaba imprescindible el abordaje presencial. Los otros dos panelistas sentaron sus discrepancias en este punto, sin que se diese la posibilidad de poner en discusión nociones en juego antes mencionadas, complejas e interesantes a la vez, como “presencia real”, “cuerpo real”, “presencia del analista”, su función y operación en la transferencia. Nociones todas que según la forma de concebirlas y utilizarlas podrían alojar y sustentar posiciones diversas.
Resonancias de estos intercambios me dejaron pensando sobre si efectivamente hay tiempos diferenciables y deslindables en una cura, que permitan plantear una alternativa de opción entre procedimientos en base a su viabilidad o conveniencia en un momento determinado. O si en todo momento de una cura la función del analista debe estar orientada a preservar la función -equívoca, poética-, de la palabra. Relanzándola, cuando nuestra presencia ocasiona la interrupción de las asociaciones promoviendo el cierre del inconciente. Retomando nuestro lugar en el dispositivo, a través del ejercicio de la función de corte de la interpretación, cuando algún acontecer de la cura nos ubique en la zona del acting out.
Esto último me habilita para plantear el segundo de los eventos donde se desplegó un debate sobre las condiciones en que transcurre la práctica virtual de nuestro quehacer.
En un taller de Ocal, durante el congreso de Fepal en curso en este mes de octubre, la colega Javiera Marques relató una viñeta donde describía como, a poco de comenzar una sesión telefónica, se percibió intranquila por lo que iba percibiendo como ruidos ambientales en la comunicación. A su pregunta acerca de donde se encontraba el analizante mientras transcurría la sesión, se le responde que esta acontecía mientras iba conduciendo su automóvil. Ante lo cual, con buen criterio, la analista interviene comunicando que no está de acuerdo con mantener la sesión en esas condiciones, y decide interrumpirla.
Ricardo Carlino, analista con vasta experiencia en atención a distancia, que ha escrito y publicado al respecto, formuló un comentario afirmando que no era posible atender un paciente en esas condiciones donde, por pretender hablar y conducir al mismo tiempo, se exponía al riesgo de sufrir un accidente de tránsito. Agregando, además que, en esos términos, resultaría imposible sostener el estado de asociación libre que el procedimiento requiere.
Lo interesante de este intercambio que entrelazaba circunstancias de la realidad de lo acontecido con estipulaciones necesarias para que un intercambio de palabras se torne psicoanalítico, me hizo pensar que toda esta escena, montada por el analizante ante los oídos del analista, podría transcurrir en términos equivalentes en un tratamiento presencial. Ya que el acting out es un acontecer inevitable en los análisis, cuando el discurrir del analizante adquiere una modalidad de acción, montando una escena, para mostrar algo que opere como un llamado al analista, fuera de su lugar en ese momento, para que recupere la posición en que algo pueda ser dirigido a su escucha, articulado en lo que se le dice sin saberlo, a lo que pueda responder con una interpretación.
Importa señalar que esto que ha sido descripto en términos de: “mantener el encuadre”, “preservar el método”, “reinstalar el dispositivo”, etc., no es algo que se logra ateniéndose a estipulaciones fijadas de antemano a modo de una normativa establecida a la que sujetarse, sino que requiere de una actividad de invención permanente en el analista, condición deseante que solo se adquiere por haber atravesado la experiencia del inconciente como analizante.
La incomodidad sentida por la analista, que hace de llamado para que retome su posición, y que suele ser remitida a la noción de contratransferencia, da cuenta de un efecto sobre la analista de la transferencia que debe sostener. Lo que Freud denomina manejo de la transferencia, es esa operación tendiente a conseguir que “el animal ingrese” en lo que se tradujo en español como picadero o palestra y que Strachey vertió como “playground”, terreno de juego.
La generosa y lúcida colaboración del analista alemán Martin Teising, me permitió enterarme que el término utilizado por Freud es: Tummelplatz, palabra típica del uso freudiano del lenguaje, pero hoy algo fuera de época. La traducción literal de playgroung sería Spielplatz, ya que jugar se traduce como spielen. Tummeln, en cambio implica jugar, pero con un énfasis más ligado a lo físico, corporal. Así, Tummelplatz es más bien el “campo de acción” (recreo, entrenamiento, adiestramiento), y es en este contexto que la transferencia es acting out (acción, actuación, puesta en acto de la Otra escena).
De allí que el acto del analista apunte a transformar lo que se le muestra por medio de una acción, en un decir que, dirigido a él en transferencia en términos equívocos, pueda ser respondido por una interpretación.
Es claro que toda esta operatoria no transcurre en un plano meramente intelectual. Quizás sea eso lo aludido al plantear como necesaria la presencia física del analista como parte del “forcejeo corporal”, mentado en el término utilizado por Freud, tendiente a reinstalar el régimen de palabra requerido por el discurso del analista. Como ya dije, creo que para profundizar en esta controversia habría que trabajar sobre nociones como: cuerpo de lo simbólico, del verbo o del lenguaje, ya que, tempranamente Lacan afirma que: “el lenguaje no es inmaterial. Es cuerpo sutil pero es cuerpo”. Otro tanto con la noción de “parlêtre”, donde el ser en juego implica la actividad de la razón (el Logos), que somete al organismo humano a su poder, fijando los límites de lo analizable. Y esta actividad, tendiente a obtener esa sujeción a leyes de lenguaje, es algo físico y corporal.
Resultaría también esclarecedor reflexionar sobre la cuestión de la imagen, su relación con el cuerpo y la palabra, y su función tanto favorecedora como resistencial, en los tratamientos a distancia.
Como es evidente, el camino por recorrer se presenta como ambicioso e interesante. Seguramente no ha de resolverse arribando a procedimientos estipulables como válidos siempre y en todos los casos. Tampoco las conclusiones que se alcancen habrán de ser unívocas, ni suscitarán acuerdos universales, aunque estimo que el transitar ese camino, el “ven conmigo a buscarla” al que nos invita Machado en el epígrafe de este texto, será ilustrativo y enriquecedor.
Nuestra praxis ha de permanecer en el ámbito del “savoir-faire” artesanal, un “saber hacer con eso”, que requerirá siempre de la invención creativa del analista.
En cada caso, cada día, cada sesión.
Barredo, C., Dujovne, I., Paulucci, O., Rodriguez, D. (2010). La misteriosa desaparición de las neurosis. Letra Viva. (Obra original escrita en 1998.)
Freud, S. (1959). The question of Lay analysis In The complete psychological works of Sigmund Freud, S.E. XX. The Hogarth Press. (Obra original escrita en 1926.)
Horenstein, M. (2008). El museo y el mingitorio en Presentaciones, consultable en marianohorenstein.com/presentaciones
Lacan, J. (1966). Réponse au commentaire de Jean Hyppolite sur la Verneignung de Freud. Écrits. Editions du Seuil. (Obra original escrita en 1954.)
Soler, C. (2009). Lacan, lo inconsciente reinventado. Amorrortu.
[1] Psicoanalista Titular com funções didáticas da APdeBA (Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires), Coordenador científico da FEPAL (2010-2012), Representante da América Latina no Board da IPA (2013-2017).
[2] “Pandemia. Segunda fase.” Organizado y compilado por Mirta N. Cohen.
[3] “La cuarentena y el pan nuestro de cada día”.
[4] “Ognuno sta solo/sul cuor della terra/Trafitto da un raggio de sole./Ed é subito sera…”
[5] Bassols, M., 21 mayo 2020. “ Distanciamiento social y acercamiento subjetivo”. Conferencia del Instituto del Campo Freudiano en Valencia. En https://www.youtube.com/watch?v=MCs3DYTYjjY
[6] Bassols, M. Op. cit. in https://www.youtube.com/watch?v=MCs3DYTYjjY
[7] André, S. (2000). Flac (novela), seguida de “La escritura comienza donde el psicoanálisis termina”. Siglo XXI.
[8] “La mente es cosa seria la interpretación es un chiste”. En: “La misteriosa desaparición de las neurosis”, Bs. As. Letra Viva Ed. 1998.
[9] “Señales de la poesía”, La Nación 2/8/92.
[10] “Soler, C., El acteísmo analítico”. En Revista de Psicoanálisis, APdeBA. Número sobre: Transmisión y ética, mayo de 2020.